El buitre negro

Un extenso y ondulante territorio cubierto de encinas, la dehesa, es prospectado desde el cielo por una pareja de buitres negros. El ganado pasta en la tranquilidad de la inmensa finca. Si alguna res muere, acaso el ganadero no llegue a conocerlo hasta ver cómo los buitres leonados y negros forman en el lugar un inmenso molino, aviso para los suyos de que abajo les espera comida. En horas si son muchos, en días si la concentración es menor, mondarán el cadáver, librando a la cabaña ganadera y a la fauna salvaje de posibles epizootias.

Buitre negro. Dibujo de José Antonio Palomo.
El buitre negro, con casi 3 metros de envergadura, ha planeado el surco de las cálidas corrientes de la primaveral mañana desde su enclave de nidificación en la tupida sierra. Tal vez a un centenar de kilómetros de aquí abrió las alas sobre la enorme plataforma del alcornoque donde cría a su único pollo y se dejó caer, observando los fragosos cerros cubiertos de matorral. Seguro en las inexpugnables y verdes laderas, confiado en las abiertas dehesas donde medra el ganado, el buitre negro ha sido respetado por los ganaderos y gentes del campo. El mantenimiento de enclaves serranos apropiados para su reproducción y el incremento de la cabaña ganadera (vacas, ovejas, cabras) ha permitido no sólo la conservación de las poblaciones de esta especie en Extremadura sino también su aumento en las tres últimas décadas, a pesar de la mecanización del campo, el abandono de la trashumancia o los incendios forestales. En la península Ibérica se localiza la mayor parte de su población, con unas 2.000 parejas reproductoras, de las que buena parte se asienta en los núcleos extremeños del Parque Nacional de Monfragüe, la Sierra de san Pedro, la Sierra de Gata y algunos otros enclaves.