El águila real

No han cesado las nevadas de finales del invierno cuando ya las águilas reales han elegido uno de sus habituales nidos en alguna repisa de la vertical pared. Seguras, pero soportando las inclemencias de la ventisca, incuban los dos o tres huevos en la soledad de la montaña. Afortunadamente, cuando nacen los pollos seis semanas más tarde, las nieves, que tal vez resisten en las zonas más umbrosas, han dado paso a la primaveral actividad de lagartos, culebras y perdices, mientras las cabras monteses, retirándose las hembras preñadas a tranquilo rincón, paren uno o tal vez dos chivos. La real otea atenta, desde atalaya o desde el cielo, detectando potenciales presas que debe capturar arrojándose hasta el suelo.

Águila real. Pintura de M. Sosa.
Montañas y sierras son enclaves de nidificación de las águilas reales, cuya población en Extremadura se sitúa en torno a las 120 parejas. Habitualmente utilizará los cantiles rocosos que dominan el paisaje próximo, aunque también, a falta de mejor soporte, puede nidificar sobre algún árbol dominante. Necesitada de un amplio territorio de campeo, el águila real hila con su vuelo de caza las sierras, dehesas y llanos. De nada serviría intentar conservar las especies sin mantener este mosaico de paisajes, que soportan una compleja cadena trófica. Los grandes depredadores, como el águila real, fueron perseguidos con ahínco durante años, desconociendo el valor que estas especies tienen para construir sin temor a derrumbes la pirámide alimenticia.