El medio acuático

Acuarela de P. Partington
Inmersos en un paisaje decididamente labrado por el hombre, los sistemas acuáticos también reflejan sus huellas por aprovechar tan vital elemento como es el agua. Las dos grandes arterias que cruzan Extremadura de este a oeste, el Tajo y el Guadiana, son ríos muy alterados, aunque, a pesar de todo, conservan un gran interés ecológico.

El Tajo, que atraviesa la región por medio de la provincia de Cáceres, debe su nombre a lo "entajado" de su cauce original, factor que facilitó de alguna manera la construcción de puentes en época romana, como el de Alcántara o el destruido de Alconétar. A su vez, esta profunda zanja fue útil como foso defensivo para los árabes, que asentarían más tarde en sus inmediaciones una línea de fortalezas. Finalmente y en época muy reciente las aguas del impetuoso Tajo fueron reprimidas en un rosario de embalses destinados a la producción hidroeléctrica. El embalse de Cedillo, que hace las veces de frontera con Portugal, topa con el enorme lago del embalse de Alcántara y éste, que hunde su última cola en las serranías de Monfragüe, da la vez a los Saltos de Torrejón, tomando el último relevo el embalse de Valdecañas, limítrofe con Castilla-La Mancha y cuyas aguas sirven de riego a cultivos intensivos.

El río Guadiana ha sido embalsado en su tramo inmediato a la entrada en la provincia de Badajoz con las presas de Cijara, García-Sola y Orellana, aprovechando las cerradas que la orografía del terreno facilita. Con el enorme volumen de agua que, entre éstos y el embalse de La Serena, sobre el Zújar, puede retenerse y el correspondiente sistema de distribución, se han transformado en zonas de cultivos intensivos las anchas vegas del Guadiana en el resto de su recorrido por Extremadura.

Con el desarrollo de estas políticas hidrológica y agrícola en la década de los sesenta, los dos ríos y por consiguiente sus respectivas cuencas han sufrido profundos cambios en la dinámica y la estructura del ecosistema acuático. Efecto inmediato y directo ha sido la pérdida de los sotos ribereños, con vegetación edafófila exclusiva de márgenes y soporte de una amplia diversidad de especies faunísticas asociadas al bosque galería y al medio acuático. Con la construcción de las grandes presas se ha frenado e impedido la migración de especies piscícolas, como la anguila, el sábalo, la saboga o la lamprea, que precisan del medio marino para su reproducción o desarrollo. Las orillas, sometidas a una continua variación de nivel, resultan descarnadas y ni la vegetación de ribera ni la acuática logran asentarse en estos irregulares y escuálidos márgenes, con la consiguiente pérdida de lugares de cría y cobijo para peces, anfibios, reptiles acuáticos, aves y mamíferos. El factor determinante de los cambios originados en estos grandes ríos ha sido la transformación de sus cauces lóticos en lénticos; es decir, las aguas que antes fluían libremente ahora han quedado embalsadas en lagos artificiales. Los restos orgánicos que antes los ríos arrastraban al mar, aportando así nutrientes a la cadena trófica marina, quedan inmovilizados en el sistema léntico, lo que añadido a las altas temperaturas del verano contribuye al desarrollo de enormes cantidades de microalgas que consumen el oxígeno del agua, acarreando en ocasiones la mortandad de peces. También éstos, los peces, han resultado afectados por todos estos cambios y, así, las especies autóctonas propias de sistemas lóticos han sido desplazadas por especies introducidas a lo largo de los últimos siglos, aunque la mayoría de ellas en época muy reciente. Entre las especies autóctonas pueden citarse la boga, el barbo, la pardilla, el bordallo y la colmilleja, y entre las introducidas se encuentran la carpa, el carpín, el black-bass, el perca-sol, el lucio, el siluro y hasta la trucha arco-iris, que acaba descendiendo por las gargantas repobladas hasta los embalses, para desconsuelo de pescadores. Por otra parte, también el introducido y omnipresente cangrejo de río americano es un serio problema para toda la ictiofauna, sobre cuyas puestas y alevines depreda.

Somormujo labanco.
Dibujo de José A. Palomo
Los embalses, sin embargo, al margen los beneficios económicos que puedan representar, han supuesto la creación de pequeños mares interiores favorables sobre todo a la invernada de aves migradoras que encuentran en ellos zonas apropiadas de descanso y alimentación a lo largo de sus desplazamientos e incluso un hábitat idóneo para sobrevivir en la época fría del año. Arrastradas desde el norte y centro de Europa por hielos y nieves acuden hasta aquí especies acuáticas como ánades real, silbón y friso, pato cuchara, cerceta común, porrones común y moñudo, somormujo labanco, ganso común, gaviota reidora y cormorán. Este último, de hábitos marinos, ha venido ocupando el interior gracias a los escalonados embalses, en los que incluso comienza a criar en Extremadura. No frecuente, pero inconfundible cuando sobrevuela las aguas para caer sobre algún pez, puede avistarse también al águila pescadora.

Dejando a un lado los grandes embalses que hoy dominan gran parte de nuestro paisaje y que convierten a Extremadura en la región española con mayor extensión de costa, la mayoría de nuestros ríos se originan en las gargantas del norte montañoso. El Tiétar, el Jerte, el Ambroz, el Alagón y el Árrago nacen a expensas de las aguas que a través de las gargantas drenan el montañoso paisaje. En estos elevados y rugientes peldaños el agua fría, limpia y veloz, cobija a especies exclusivas como la trucha o el cacho entre los peces; la rana patilarga, la salamandra y el lagarto verdinegro entre los herpetos; el mirlo acuático entre las aves, y la nutria y el musgaño acuático entre los mamíferos. El visón americano, especie alóctona introducida accidentalmente en la Sierra de Gredos, comienza a hacer acto de presencia en las gargantas veratas.

La Barquilla, Río Almonte. Pintura de José Antonio Palomo.
Gran parte de los cauces tributarios, ríos menores y arroyos, son de carácter estacional, recogiendo las aguas de otoño e invierno y manteniéndolas durante la primavera, si bien acaban secándose en el verano, persistiendo tan sólo charcas y charcones muy útiles para la fauna. En estos cauces, dependiendo de la cuenca a la que pertenezcan y de las condiciones del agua, podemos encontrar especies ícticas autóctonas tan representativas como el jarabugo, calandino, bordallo, bermejuela, boga y pardilla. Con las primeras aguas del otoño iniciarán la reproducción los anfibios, siendo habituales las larvas diminutas de los sapos parteros y las enormes del sapo de espuelas, además de las de los tritones ibérico y jaspeado, que retrasan su reproducción para la primavera, junto a las ranitas de san Antonio y los sapos común, corredor y pintojo. La rana común llenará las noches con sus cantos de reclamo a finales de la primavera y en el verano. Culebras de agua y galápagos son frecuentes soleándose sobre rocas o troncos en las orillas en esa época. Cigüeñas blancas y negras, garzas, garcillas y martines pescadores, son algunos de los depredadores propios de orillas y aguas, junto a la nutria y el turón. En la espesura de la vegetación ribereña anidan sonoras oropéndolas y melódicos ruiseñores.

Garza real. Pintura de R. Bateman.
Las escasas y pequeñas lagunas que pueden encontrarse en Extremadura son de gran interés ecológico, pues reúnen gran cantidad de especies de anfibios y aves, principalmente acuáticas y limícolas. Para abrevar al ganado, que se mantiene incluso en pleno verano en la dehesa, se construyen numerosas charcas que facilitan lugar de reproducción a gallipatos, ranas y sapos, y la tenca es criada con mimo por los pacientes pescadores. La presencia de estas especies y de numerosos invertebrados acuáticos atraen a cigüeñas, garcillas bueyeras, lavanderas y chorlitejos.

Aunque por su menor tamaño puedan parecer insignificantes, los minúsculos puntos de agua que se distribuyen por el territorio, tanto cerca de poblaciones y caseríos (pozos, abrevaderos, albercas) como en pleno campo (acequias, pilones, manantiales, charcos sobre rocas), tienen una vital importancia para mantener la biodiversidad de especies invertebradas y vertebradas necesitadas del medio acuático.