La nutria

El rugiente sonido de las cristalinas aguas se va apagando a medida que éstas dejan atrás los angostos cauces de la sierra y se abren camino, parsimoniosamente, entre las dehesas y anchos valles. Un murmullo refrescante se desliza entre el espeso soto de fresnos, alisos, zarzas, juncos,... A la caída de la tarde un movimiento se adivina junto a la orilla antes de escuchar el ligero chapoteo de las nutrias. Penetrantes silbidos y bufidos acompañan sus ágiles juegos, zambulléndose ahora, resurgiendo con ruidosa alegría desprovista de toda precaución.


Pintura de Manuel Sosa.

La pareja de nutrias, agitada por el ardor del celo, que puede producirse en cualquier época aunque preferentemente en primavera, prescinde del sigilo que la hace pasar desapercibida el resto del año. Sus hábitos convierten a la nutria, como también a otros muchos mamíferos, en una de las especies menos observadas, y, sin embargo, su presencia en los ríos y arroyos de Extremadura es habitual. Restos, huellas, excrementos y señales nos sirven como claros indicios para detectar la existencia de determinadas especies en enclaves concretos. La nutria marca sus longilíneos territorios a lo largo del cauce depositando sus excrementos en puntos prominentes de la orilla y, gracias a su análisis, podemos comprobar que se alimenta de peces, ranas, galápagos, culebras de agua, mejillones de río y, sobre todo, cangrejos americanos.

Si durante el siglo XIX fue la intensa caza el factor que provocó el declive en toda su zona de distribución, a partir de la década de los sesenta del siglo XX ha sido la alteración de su hábitat el desencadenante de la desaparición de la nutria en muchos ríos de Europa. Afortunadamente, Extremadura, libre de agresivas contaminaciones industriales en la mayor parte de su territorio, ha mantenido la población de nutrias en ríos, arroyos, charcas y lagunas. Una vez más se demuestra así que no basta con proteger a las especies para conseguir conservarlas, es imprescindible también mantener sus hábitats.