La Cañada Real Trujillana III

A pie desde Torrejón el Rubio hasta Villarreal de San Carlos

Tras demandar información en la oficina turística de Torrejón, y dado aviso de su interés por realizar el trayecto que le llevará hasta Villarreal atravesando el Parque Nacional a pie, el viajero echa al saco queso, morcilla y pan del lugar, sin olvidar el trago que será obligado. Tomando la carretera en dirección hacia Plasencia la deja a poco de salir del pueblo, guiado por la señalización de la Cañada Real que enfilada por paredes de piedra en este primer tramo, aprovecha el trazado del antiguo camino de Plasencia a Trujillo. Por la loma de Vacíabotas otea el viajero la Sierra de las Corchuelas, que delimita con su fragosa falda el sur del Parque. Un impresionante tajo se advierte justo bajo el dominio del castillo que se perfila claramente en la altura de la sierra: el Salto del Gitano amarillea a la luz de la mañana (el viajero ha salido temprano, pues la ruta será de aproximadamente 12 kilómetros) y un remolino de buitres leonados ablanda su mole cuarcítica, donde nidifican 80 de las 400 parejas que viven en Monfragüe.

El Salto del Gitano (José A. Palomo)
Dos de las especies de la fauna ibérica en peligro de extinción pueden ser avistadas desde estos riberos: la cigüeña negra y el águila imperial. La primera mantiene una población en Monfragüe de 30 parejas, siendo su número total en España de 230-280 parejas, mientras que la emblemática águila imperial tiene aquí 10 parejas de sus efectivos mundiales, que se cuentan según los últimos censos en 130 parejas. Pero el viajero, tan curioso como paciente, también presta atención a las
Águila imperial (José A. Palomo)
paredes de piedras, donde se sumergen en el sopor de los primeros rayos solares el lagarto ocelado y la lagartija ibérica, y se detiene de cuando en cuando junto a las pequeñas charcas y aljibes excavados en la pizarra que sirven de abrevadero al ganado trashumante. Aquí encontrará ranas, sapos, tritones, gallipatos, culebras y galápagos.
Tritón ibérico (José A. Palomo)

La clara mañana refleja sus escasas nubes en las aguas más abundantes del Arroyo de la Vi, utilizado por los rebaños como sesteadero, al que desciende por zigzagueante tramo semiempedrado. Junto al antiguo puente de reminiscencias romanas el viajero encuentra de nuevo indicios de la presencia de la nutria. Un breve descanso al fresco de la yerba, que pronto aprovechará el hato de negras avileñas en su camino hasta las montañas de Gredos, permite al viajero la detenida observación de un grupo de abejarucos, y arrullado por sus trinos en vuelo y el lento chapoteo de la corriente, recuerda la leyenda de estas aguas. Zaida, princesa mora enamorada de Alfonso VI, padece encierro en el reino árabe de Toledo, y aprovechando el descuido de sus captores durante un asedio a la ciudad, huye a través del angosto túnel que comunica la fortaleza con el Tajo. Sus impetuosas aguas la llevarán sobre pequeña barca hasta Monfragüe, donde quedó varada en la desembocadura de un arroyo. Encontrada por un pescador al borde de la extenuación, su enamorado acudió a su encuentro. El lugar, ahora bajo las aguas del embalse de Alcántara, se llamó “el lance de la mora” y el arroyo que tributa allí al Tajo se conoce desde entonces con el nombre de Do la Vi (donde la vi).

Martín pescador (José A. Palomo)
Lince ibérico (José A. Palomo)
El vertiginoso y azulado vuelo de un martín pescador sobre las aguas devuelve al viajero a la tranquilidad del lugar. Animado, remonta el ribero y alcanza de nuevo los cerros adehesados que le conducen hasta el Caserío de las Corchuelas, punto en el que el camino se adentra en el Parque Nacional. Superados los casi 200 metros de ladera por la solana de la sierra, el viajero se detiene en la cuerda y observa al sur el extensísimo horizonte adehesado por el que acaba de atravesar. Escudriñando el paisaje con los prismáticos, que siempre lleva muy a mano, otea al noroeste, en la ladera del Arenal Gordo, algún nido ocupado de buitre negro con el pollo ya emplumado. Monfragüe mantiene una población de 230-250 parejas de buitre negro, con lo que se convierte en el enclave más importante del mundo para esta especie. Y al este, las sucesivas y paralelas sierras que amparan los encajonados cauces del Tajo y del Tiétar, ofrecen tupido cobijo para el lince, felino endémico de la península Ibérica catalogado como el carnívoro más amenazado de Europa. Debido a sus costumbres nocturnas, su comportamiento solitario, la baja densidad de sus poblaciones y la extrema dificultad de observarlo, su población total sólo puede ser estimada con cierta aproximación, que se sitúa en la actualidad entre los 880-1150 individuos en toda la península Ibérica. Monfragüe está dentro de su área de presencia, pero hace años que no se han producido avistamientos, y ya no se tiene la seguridad de su existencia por estas fragas.

Buitres negros (José A. Palomo)
El viajero desciende por la pedregosa ladera, muy erosionada por la pezuña del ganado, atendiendo a la vegetación de la umbría, repleta de alcornoques, quejigos, madroños, cornicabras,... y a la pequeña fauna alada que continuamente trina y aletea entre lo espeso (carboneros, herrerillos, pinzones, currucas, trepadores,...). Llegando al sopié vislumbra entre la
Trepador azul (José A. Palomo)
espesa jara a los esquivos ciervos y finalmente se encuentra a la orilla del Tajo y se detiene, antes de cruzarlo, para observar el paisaje, dominado por el Puente del Cardenal. Las vacadas todavía lo utilizan, si no está sumergido por efecto del embalse de Alcántara, para acceder hasta el descansadero de Villarreal de San Carlos, o Lugar Nuevo, como prefieren denominarlo lugareños y pastores. Este maltrecho puente fue mandado construir en 1450 por Juan de Carvajal, obispo de Plasencia y después purpurado en Roma, lo que le da nombre, con el objeto de comunicar la sede placentina con el señorío de Jaraicejo, de su propiedad. Para ello se eligió la estratégica confluencia del río Tiétar sobre el Tajo que, amansado el abrazo por efecto del embalse de Alcántara desde 1969, puede verse aguas arriba. Para su construcción, a imitación romana, se emplearon 30.000 sillares de granito traído desde las canteras más próximas, en Malpartida de Plasencia. Consta de cinco ojos con grandes aliviaderos entre cada par, aunque lo que hoy puede verse es una reconstrucción de mediados del siglo XIX, ya que la obra original fue dinamitada por los españoles para impedir el paso de sus perseguidores franceses a principios del mismo siglo, durante la Guerra de la Independencia.

Sentado sobre uno de los bloques del pretil que la corriente ya ha desmoronado, el viajero pasea su vista, generosamente aumentada a través de los prismáticos, por la ladera de la umbría de la Sierra de las Corchuelas, frente a él aguas abajo. La abigarrada vegetación rodea amplias pedrizas generadas por efecto de la gelifracción durante las glaciaciones. Cerca de las descarnadas orillas del embalse, en la margen izquierda, se conservan en pie aún los muros de la única de las siete casas de peones camineros, de principios del siglo XX, que existían entre Plasencia y Torrejón el Rubio. La antigua carretera acompaña por la margen hasta la Fuente del Francés, a la entrada del Puente Nuevo, sobre el que nidifica una bulliciosa colonia de vencejos reales que, en vertiginoso vuelo, conducen la vista del viajero hacia lo alto. En las fracturas de los pliegues cuarcíticos que dominan la margen derecha nidifican buitres leonados y alimoches. Aguas arriba, en la península que la confluencia de los ríos encaja, quedan los vestigios de un castro de la Edad del Hierro.

Cruzado el puente, el viajero observa la arruinada Casa de Postas, donde se cobraba el impuesto asignado por persona y cabeza de ganado, así como el peaje a las barcas, cuyo trasiego desde finales del siglo XVI fue intenso, trasladando desde Lisboa hasta Toledo tanto tropas como mercancías. Al borde mismo de la antigua carretera encuentra el viajero lanchas de pizarra con superficie rizada (ripple), prueba del origen marino de estas rocas. Esparcidos por el lugar se han reconstruido algunos chozos de los que conformaron, hacia 1929, una pequeña aldea para los trabajadores de las proyectadas presas algunos cientos de metros aguas arriba. Paralizado por los cambios políticos de la época, el proyecto sería retomado y los Saltos de Torrejón, sobre los ríos Tajo y Tiétar, se acabaría por realizar a finales de la década de los sesenta, con la consiguiente y grave alteración del ecosistema.

Pasada una pronunciada curva, el viajero abandona el antiguo asfalto y asciende, vaguada arriba, a través de la Cañada Real, perfectamente marcada por la erosión que el continuo paso ha producido sobre la pizarra. Algunos majuelos, si en flor nevados arbustos, llevan los pasos del viajero hasta lo alto del ribero, tras dejar a la derecha un tramo de camino empedrado, construido para facilitar el acarreo del granito del futuro Puente del Cardenal, tal vez sobre alguna calzada romana. Al trasiego de personas y bienes que este puente facilitó, acudieron emboscados bandidos que asaltaban y daban muerte a los viajeros, como atestiguan crónicas de la época. Así, el corresponsal de Antonio Ponz, hacia 1770, le comunica que “llegan las dehesas hasta el famoso puerto de la Serrana, sin quedar más en aquel paso que el riesgo de perder los pasajeros el dinero y la vida a manos de los salteadores”. Por este motivo, José Prieto, “comandante de una partida para la persecución de ladrones y malechores”, justifica en 1792 la fundación de Villarreal de San Carlos, ya que “la distancia de puerto a puerto [Serrana-Corchuelas] era un calbario de cruces de las desgracias sucedidas”, según responde al Interrogatorio de Tomás López. Para asentar milicia que combatiera el bandidaje, dando seguridad a la ruta, Carlos III mandó la fundación de esta aldea en 1781, concediendo a sus moradores el privilegio de exención del pago de contribución al Estado. En 1832 Richard Ford escribía en relación con Extremadura: “Los caminos son solitarios y seguros. Donde no hay viajeros, excepto ovejas, ¿para qué va a haber ladrones?”

Este es el pequeño núcleo de construcciones que el viajero encuentra en el repecho. Primero pasa entre varios chozos de moderna construcción, interpretación de los tradicionales chozos pastoriles, y después enfila la única calle de Villarreal. A la derecha encuentra el Centro de Interpretación del Parque Nacional, cuya visita demora para la tarde, pudiendo disfrutar descansadamente de sus instalaciones. Justo por encima una antiquísima fachada de pizarra delata a la que probablemente fue la primera construcción realizada en la villa y que acogió a Carlos III. Algo más arriba, el solar de la antigua casa del cura, y frente a éste se conserva el arco de entrada al antiguo “corral concejo”. Domina la calle la ermita de Nuestra Señora del Socorro, también denominada de la Asunción, construida al tiempo de la fundación de la villa.