A pie desde Torrejón el Rubio hasta
Villarreal de San Carlos
Tras
demandar información en la oficina turística de Torrejón, y dado aviso de su
interés por realizar el trayecto que le llevará hasta Villarreal atravesando el
Parque Nacional a pie, el viajero echa al saco queso, morcilla y pan del lugar,
sin olvidar el trago que será obligado. Tomando la carretera en dirección hacia
Plasencia la deja a poco de salir del pueblo, guiado por la señalización de la
Cañada Real que enfilada por paredes de piedra en este primer tramo, aprovecha
el trazado del antiguo camino de Plasencia a Trujillo. Por la loma de
Vacíabotas otea el viajero la Sierra de las Corchuelas, que delimita con su
fragosa falda el sur del Parque. Un impresionante tajo se advierte justo bajo
el dominio del castillo que se perfila claramente en la altura de la sierra: el
Salto del Gitano amarillea a la luz de la mañana (el viajero ha salido
temprano, pues la ruta será de aproximadamente 12 kilómetros ) y un
remolino de buitres leonados ablanda su mole cuarcítica, donde nidifican 80 de
las 400 parejas que viven en Monfragüe.
El Salto del Gitano (José A. Palomo) |
Águila imperial (José A. Palomo) |
La
clara mañana refleja sus escasas nubes en las aguas más abundantes del Arroyo
de la Vi, utilizado por los rebaños como sesteadero, al que desciende por
zigzagueante tramo semiempedrado. Junto al antiguo puente de reminiscencias
romanas el viajero encuentra de nuevo indicios de la presencia de la nutria. Un
breve descanso al fresco de la yerba, que pronto aprovechará el hato de negras
avileñas en su camino hasta las montañas de Gredos, permite al viajero la
detenida observación de un grupo de abejarucos, y arrullado por sus trinos en
vuelo y el lento chapoteo de la corriente, recuerda la leyenda de estas aguas.
Zaida, princesa mora enamorada de Alfonso VI, padece encierro en el reino árabe
de Toledo, y aprovechando el descuido de sus captores durante un asedio a la
ciudad, huye a través del angosto túnel que comunica la fortaleza con el Tajo.
Sus impetuosas aguas la llevarán sobre pequeña barca hasta Monfragüe, donde
quedó varada en la desembocadura de un arroyo. Encontrada por un pescador al
borde de la extenuación, su enamorado acudió a su encuentro. El lugar, ahora
bajo las aguas del embalse de Alcántara, se llamó “el lance de la mora” y el
arroyo que tributa allí al Tajo se conoce desde entonces con el nombre de Do la
Vi (donde la vi).
Martín pescador (José A. Palomo) |
Lince ibérico (José A. Palomo) |
Buitres negros (José A. Palomo) |
Trepador azul (José A. Palomo) |
Sentado
sobre uno de los bloques del pretil que la corriente ya ha desmoronado, el
viajero pasea su vista, generosamente aumentada a través de los prismáticos,
por la ladera de la umbría de la Sierra de las Corchuelas, frente a él aguas
abajo. La abigarrada vegetación rodea amplias pedrizas generadas por efecto de la
gelifracción durante las glaciaciones. Cerca de las descarnadas orillas del
embalse, en la margen izquierda, se conservan en pie aún los muros de la única
de las siete casas de peones camineros, de principios del siglo XX, que
existían entre Plasencia y Torrejón el Rubio. La antigua carretera acompaña por
la margen hasta la Fuente del Francés, a la entrada del Puente Nuevo, sobre el
que nidifica una bulliciosa colonia de vencejos reales que, en vertiginoso
vuelo, conducen la vista del viajero hacia lo alto. En las fracturas de los
pliegues cuarcíticos que dominan la margen derecha nidifican buitres leonados y
alimoches. Aguas arriba, en la península que la confluencia de los ríos encaja,
quedan los vestigios de un castro de la Edad del Hierro.
Cruzado
el puente, el viajero observa la arruinada Casa de Postas, donde se cobraba el
impuesto asignado por persona y cabeza de ganado, así como el peaje a las
barcas, cuyo trasiego desde finales del siglo XVI fue intenso, trasladando
desde Lisboa hasta Toledo tanto tropas como mercancías. Al borde mismo de la
antigua carretera encuentra el viajero lanchas de pizarra con superficie rizada
(ripple), prueba del origen marino de
estas rocas. Esparcidos por el lugar se han reconstruido algunos chozos de los
que conformaron, hacia 1929, una pequeña aldea para los trabajadores de las
proyectadas presas algunos cientos de metros aguas arriba. Paralizado por los
cambios políticos de la época, el proyecto sería retomado y los Saltos de
Torrejón, sobre los ríos Tajo y Tiétar, se acabaría por realizar a finales de
la década de los sesenta, con la consiguiente y grave alteración del
ecosistema.
Pasada
una pronunciada curva, el viajero abandona el antiguo asfalto y asciende,
vaguada arriba, a través de la Cañada Real, perfectamente marcada por la
erosión que el continuo paso ha producido sobre la pizarra. Algunos majuelos,
si en flor nevados arbustos, llevan los pasos del viajero hasta lo alto del
ribero, tras dejar a la derecha un tramo de camino empedrado, construido para
facilitar el acarreo del granito del futuro Puente del Cardenal, tal vez sobre
alguna calzada romana. Al trasiego de personas y bienes que este puente
facilitó, acudieron emboscados bandidos que asaltaban y daban muerte a los
viajeros, como atestiguan crónicas de la época. Así, el corresponsal de Antonio
Ponz, hacia 1770, le comunica que “llegan las dehesas hasta el famoso puerto de
la Serrana, sin quedar más en aquel paso que el riesgo de perder los pasajeros
el dinero y la vida a manos de los salteadores”. Por este motivo, José Prieto,
“comandante de una partida para la persecución de ladrones y malechores”,
justifica en 1792 la fundación de Villarreal de San Carlos, ya que “la
distancia de puerto a puerto [Serrana-Corchuelas] era un calbario de cruces de
las desgracias sucedidas”, según responde al Interrogatorio de Tomás López.
Para asentar milicia que combatiera el bandidaje, dando seguridad a la ruta,
Carlos III mandó la fundación de esta aldea en 1781, concediendo a sus
moradores el privilegio de exención del pago de contribución al Estado. En 1832 Richard Ford escribía en relación con Extremadura: “Los caminos son solitarios y
seguros. Donde no hay viajeros, excepto ovejas, ¿para qué va a haber ladrones?”
Este
es el pequeño núcleo de construcciones que el viajero encuentra en el repecho.
Primero pasa entre varios chozos de moderna construcción, interpretación de los
tradicionales chozos pastoriles, y después enfila la única calle de Villarreal.
A la derecha encuentra el Centro de Interpretación del Parque Nacional, cuya
visita demora para la tarde, pudiendo disfrutar descansadamente de sus
instalaciones. Justo por encima una antiquísima fachada de pizarra delata a la
que probablemente fue la primera construcción realizada en la villa y que
acogió a Carlos III. Algo más arriba, el solar de la antigua casa del cura, y
frente a éste se conserva el arco de entrada al antiguo “corral concejo”.
Domina la calle la ermita de Nuestra Señora del Socorro, también denominada de
la Asunción, construida al tiempo de la fundación de la villa.