Suso Garzón (1946-2023)

El Colectivo Extremeño de Fotógrafos de Naturaleza (CEFNA) ha dedicado un libro a la memoria de Suso Garzón, para el que he aportado este texto:


 Vida.

¿Qué palabra es esa?

¿Desde dónde viene?

¿Hasta dónde llega?


El halo del sol ya se adivina y el paisaje se va alumbrando de colores, difusos, muy difusos todavía, mientras las esquilas zarandean su melancolía entre las sombras. Un brillo trazado con espátula, fino, largo, roto a trechos, dibuja el arroyo que se enciende plateado.

Para cuando el sol asoma, las encinas lanzan al vuelo un puñado de rabilargos. Azules y grises, chillones.

Ya está despierto el campo.

El alcaudón, vigilante desde su atalaya de espinos, gira su cabeza y clava su mirada bandolera en una nubecilla de polvo que se levanta al fondo, por encima de las retamas. Y lo ve aparecer por el barbecho. Es un niño alto, grande, y camina casi descalzo, porque sus suelas son casi de tierra. Y viene silbando como una alondra entre terrones, y viene cantando, y suena como las voces de los corcheros entre los alcornoques, como las voces de los aceituneros vareando en el olivar, y suena como las mujeres lavando en el río, como los mozos corriendo las calles del pueblo en día de fiesta. Su voz es una trenza de voces antiguas y la música que esparce es el rastro que los nómadas dejan tras de sí, una leve sensación de que estuvieron aquí, sobre la yerba ya recuperada de su frágil paso.

En los ojos del niño grande chispean las estrellas que el sol ya ha borrado del cielo, y con esa inagotable luz lo mira todo, lo busca todo y lo descubre todo. La vida, toda la vida junta, sin dejar nada a un lado. Y cuando tienes la fortuna de encontrarte con él, te lo cuenta, te explica, y al escucharlo sabes que todo es verdad y que la única verdad es la vida.

Una vida que él recorre, nómada y sin equipaje, acompañado en su periplo por tantos seres cuyos paisajes salvó: sierras condenadas al saqueo y la destrucción, bosques donde la desolación amenazaba, dehesas, riberos, roquedos, lagunas… Y todo sigue ahí, porque el niño quijote se abalanzó contra los molinos armado sólo con esa palabra: vida.

La palabra que revolotea con mil alas sobre su camino, que sigila en la noche entre el matorral dormido, que se zambulle y nada en las aguas de primavera, la palabra que alfombra de colores la dehesa, que salpica de lluvia el paraguas de las encinas.

Si tienes la oportunidad, súmate a esa compañía, de la sierra al llano, de los pastos verdosos de las montañas hasta las yerbas ásperas de la dehesa. Este niño pastor lleva en el zurrón mil relatos para quienes le preguntan cuando llega a un pueblo con el rebaño de ovejas. Aquí, en cualquiera de ellos, le esperan, le aplauden.

¡Ya llega!, se avisan al escuchar el sonido medieval de los viajeros. Ya baja para la Extremadura. Aquí viene Jesús Garzón, Suso. ¿Es ese tan alto? Sí, ese niño tan alto que besa como un hijo a las mujeres, que abraza como un padre y que siempre sonríe, feliz, alegre como el campanilleo del rebaño.

Y cuando los amigos le reciben, a veces descansa su brazo en tu hombro, y ya queda ahí para siempre. Y cada vez que un paisaje te sobrecoge, cada vez que en la soledad del monte te sobrevuela el águila o en la noche el cárabo te llama en desconsuelo, en cada momento que puedas necesitarlo, entonces el brazo de Suso te da cobijo. El amparo de la vida.

Miro al cielo amanecido buscando el trompeteo de las grullas que viajan, como las ovejas, de norte a sur, de sur a norte. Las veo, altas, alegres, incansables. Y escucho:


Esta vida que llega

que truena, que vuela

Esta vida que se irá

Esta vida que vuelve

que siempre volverá


No sé si son ellas o es Suso quien viene cantando. Lo mismo da. Quiero seguir caminando a su lado, al lado de este niño más alto que yo, e intentaré imaginar todo lo que él ya ve.