La sierra

La actividad del hombre a lo largo de la historia ha generado cambios en la distribución y la estructura del bosque y matorral mediterráneos. La agricultura, los efectos de las guerras en la Edad Media, la intensa actividad ganadera de La Mesta o las modernas transformaciones del campo han acabado por reducir las grandes masas de vegetación a las zonas de relieve más accidentado y suelos más pobres.

Las sierras se distribuyen por el territorio extremeño en amplias zonas, como es el caso de Las Villuercas, la Sierra de san Pedro o La Siberia, o a manera de islas en medio de dehesas o zonas de cultivo, como las sierras de Montánchez, Hornachos y Navalvillar de Pela. Las altitudes alcanzadas no suelen superar los 600 metros, aunque en Las Villuercas, Montánchez y Tentudía las cumbres cimeras superan los 1.000 metros sobre el nivel del mar, lo que permite la presencia de manchas de rebollo y castaño, especialmente en la primera.

Los afloramientos cuarcíticos de las sierras presentan gran cantidad de pequeñas cuevas y abrigos rocosos que fueron utilizados por sus primeros habitantes desde el Paleolítico hasta la Edad del Bronce, dejando plasmadas en las paredes pinturas esquemáticas que representan su organización social y su actividad cinegética. Sobre los puntos más elevados y estratégicos se asientan también las ruinas de los antiguos castillos árabes y cristianos, construidos por los primeros a medida que conquistaban el territorio y remodelados por las órdenes militares encargadas de la defensa de los enclaves reconquistados.

Los roquedos de estas sierras ofrecen escasos recursos tróficos, ya que son pocos los vegetales que consiguen sobrevivir en un medio tan adverso, y por tanto los animales herbívoros esquivan estas zonas abruptas y pobres en nutrientes. Sin embargo, la fauna encuentra en los roquedos un lugar idóneo donde reproducirse o cobijarse, especialmente las aves, que nidifican en pequeñas oquedades y grandes salientes, disfrutando de la seguridad que les ofrecen las inexpugnables paredes verticales, aisladas por la impenetrable vegetación de las laderas.

Nido de águila real. Pintura de J. Projecto.
Gracias a su dieta, principal o exclusivamente insectívora, algunas especies de aves mantienen prácticamente toda su actividad en los roquedos o sus proximidades, como la chova piquirroja, la collalba negra, el roquero solitario, la golondrina dáurica, el avión roquero o el colirrojo común. Sin embargo, las grandes especies depredadoras y carroñeras aprovechan el roquedo sólo como lugar de nidificación, utilizando los bosques, dehesas y cultivos colindantes como zonas de campeo. Entre ellas destacan el buitre leonado, el alimoche, las águilas real y perdicera, el halcón peregrino, el búho real y la cigüeña negra.

El Salto del Gitano, en Monfragüe.
Pintura de José Antonio Palomo.
La orientación de las sierras expone laderas al sur (solanas) y al norte (umbrías), lo que produce notables variaciones en la insolación recibida, que se traduce en diferentes grados de humedad y temperatura. Por este motivo, la vegetación que se asienta en una y otra vertiente de las sierras está compuesta por especies distintas. En las umbrías predominan el alcornoque y el quejigo, especies arbóreas que en las espesuras más vírgenes alcanzan buen porte, acompañados por arbustos de apariencia lauroide, como el madroño, el durillo, el labiérnago, la cornicabra, el lentisco y el mirto. Todas ellas alcanzan una alta cobertura, impidiendo la penetración de los rayos de sol hasta el suelo, lo que facilita el mantenimiento de la humedad pero dificulta la posibilidad de desarrollo de nuevas plantas. Para resolver este problema las especies producen carnosos frutos de vivos colores que envuelven las semillas, que acabarán siendo dispersadas a través de las deyecciones de las aves. En las solanas la especie arbórea predominante es la encina, acompañada por acebuches. Entre los arbustos y matorrales destacan peruétanos, majuelos, retamas, ahulagas, jaras y brezos. La jara pringosa ocupa generalmente laderas que han sufrido incendios y otras alteraciones, pues se regenera bien incluso en suelos muy pobres. El cantueso, el romero y el tomillo, frecuentes en las solanas más abiertas, han sido utilizadas desde antiguo como soporte aromático para evitar los fuertes olores de las carnes cinegéticas y otros usos culinarios.

En las copas de los árboles más dominantes del tupido bosque nidifican dos especies emblemáticas de la fauna mediterránea: el águila imperial y el buitre negro. Ambas mantienen en Extremadura importantes poblaciones, ocupando principalmente las áreas del Parque Natural de Monfragüe y la Sierra de san Pedro. Pero también otras rapaces acuden a Extremadura desde sus zonas de invernada para reproducirse, como son las águilas culebrera y calzada, los milanos negro y real, el azor y el gavilán. Estos últimos prefieren las manchas más tupidas de vegetación arbórea, donde capturan con vuelo preciso medianas y pequeñas aves, entre las que se encuentran arrendajos, mirlos, zorzales, currucas, ruiseñores, petirrojos,... La alta diversidad de especies orníticas del bosque y matorral mediterráneos exige la especialización en el aprovechamiento de los recursos tróficos. Así, las pequeñas aves sedentarias y estivales basan su dieta en los insectos. Los pájaros carpinteros los capturan taladrando la corteza de los árboles y agujereando las troncas semipodridas, mientras que agateadores, trepadores y torcecuellos los buscan en la superficie de los troncos y ramas guías. Herrerillos y carboneros se mueven continuamente entre las hojas en busca de pequeñas presas y los papamoscas capturan al vuelo los insectos alados. La fructificación otoñal de la vegetación facilita alimento a las aves sedentarias e invernantes, cuya dieta se basa entonces en semillas y frutos. Las grandes aves como buitres y águilas, sin embargo, vuelan a diario hacia zonas abiertas de dehesa y pastos en busca de carroñas o presas.

Entre los mamíferos de las sierras destacan, por su importancia cinegética, el ciervo y el jabalí que, como la mayoría de los mamíferos, permanecen ocultos entre el monte espeso durante el día. La berrea delata a los primeros allá por el mes de septiembre, mientras que los segundos dejan sobradas huellas de su paso en revolcaderos y arrascaderos. Si la presión cinegética ha perjudicado a especies hoy amenazadas y antes consideradas despectivamente alimañas, también es constatable que en enclaves serranos de tradición cinegética subsisten poblaciones de especies protegidas y amenazadas de extinción. En Las Villuercas permanece una buena población de corzo, única área de su distribución en Extremadura. Más frecuentes son el lirón careto, el meloncillo, la gineta, el tejón, el gato montés y el zorro.

Jabalí. Pintura de M. Sosa.
Las solanas, precisamente por su exposición a los rayos solares, reúnen las condiciones ideales para los requerimientos térmicos de los reptiles, siendo habituales las culebras lisa meridional, bastarda y de escalera, el lagarto ocelado y las lagartijas colilarga e ibérica. La víbora hocicuda, sin embargo, es rara y suele estar relegada a zonas umbrosas y poco frecuentadas.

Víbora hocicuda. Dibujo de José Antonio Palomo.
La explotación tradicional de estas zonas de sierra incluye la silvicultura, con el aprovechamiento de leñas y la saca del corcho, el pastoreo con cabra y la apicultura. Es este último un uso muy antiguo en Extremadura y puede considerarse una ganadería extensiva. Su explotación puede ser fijista o movilista, ubicándose las colmenas en zonas con una alta cobertura vegetal. Las abejas, que cumplen un importante papel ecológico al incrementar la fecundación vegetal mediante el transporte de polen de unas flores a otras, producen además beneficios económicos a través de la miel, el polen y la cera.