La Feria Internacional de Ornitología, celebrada en el Parque Nacional de Monfragüe, ha dedicado este año un acto de homenaje y recuerdo a Suso Garzón, organizado por el Colectivo Extremeño de Fotógrafos de Naturaleza (CEFNA).
Esta fue mi intervención en dicho acto:
SEMBLANZA DE SUSO
En primer lugar quiero expresar mi agradecimiento al Colectivo Extremeño de Fotógrafos de Naturaleza por concederme la oportunidad de participar tanto en este encuentro como en el libro, para el que he aportado un texto que quiere ser una fotografía de Suso tomada con el corazón, como vosotros captáis todas estas emocionantes imágenes.
Este año se cumplen 45 de la declaración del primer espacio protegido de Extremadura, pues en abril de 1979, cuando aún no existía nuestra comunidad autónoma, se publicó el Real Decreto que creaba el Parque Natural de Monfragüe.
Pero permitidme que aluda a otro aniversario: el centenario de la muerte del capitán Boyton en 1924. Quiero recordar a este curioso personaje porque una de sus aventuras consistió en descender por el río Tajo, a cuyas aguas se lanzó en Toledo el último día de 1878, hasta Lisboa, adonde llegó un mes y medio más tarde.
Y lo increíble es que Boyton se desplazaba en solitario y flotando sobre el agua, embutido en un traje de caucho y ayudándose de un remo y poco más.
Podemos imaginarlo pasando bajo los arcos del Puente del Cardenal, aquí abajo, y poco más allá es zarandeado por el torrente impetuoso de las aguas que se estrechan y caen en torbellino a la altura del Salto del Gitano, donde casi se ahoga.
En 1968, noventa años después de esa aventura, llega aquí, a Monfragüe, un jovencito fino y largo como un espárrago. Tiene 22 años y se llama Jesús, aunque en la casa del norte siempre ha sido, en cariñoso y abreviado diminutivo, Jesuso, Suso.
Ya colabora con Félix Rodríguez de la Fuente, para quien vuela los halcones y los mantiene en forma. También contribuye en los dos grandes proyectos de Félix: la enciclopedia Fauna Ibérica y la serie El hombre y la tierra.
Pero Suso llega a Monfragüe por encargo del doble uve efe (WWF), realizando los primeros censos de algunas de las especies más emblemáticas de la península Ibérica: el lobo, el águila imperial, el buitre negro… Desde ese momento Monfragüe y Garzón son palabras inseparables. Porque, como toda nuestra pequeña ecosfera sabe, Garzón emprende entonces una aventura no tan arriesgada como la de Boyton, pero sí tanto o más esforzada.
Es bien conocido, al menos nosotros lo sabemos (a pesar del olvido al que Suso ha sido sometido precisamente por quienes dicen defender no sé qué memoria), es bien conocido, decía, que este paisaje estaba siendo destruido, y que fue Suso quien logró frenar las máquinas que arrasaban la vegetación autóctona y aterrazaban las laderas para plantar tristes eucaliptos.
La extraordinaria campaña que Suso desplegó en defensa de Monfragüe dio su fruto, y el Gobierno de Adolfo Suárez promulgó la declaración del Parque Natural, como ya se ha dicho, en 1979.
Un siglo atrás Boyton navegaba las aguas del Tajo, superando numerosos obstáculos, como los rápidos, las cascadas y las pesqueras de los frecuentes molinos.
Sin embargo, Suso no pudo conocer ese Tajo íntegramente vivo, porque dos años antes de que él llegara aquí, se habían terminado de construir las presas de Torrejón, en 1966. Además, poco pudo disfrutar del espectáculo de las aguas rompiendo en el Salto del Gitano, ya que en el 69 finalizó también la construcción de la presa de Alcántara. Y quiero destacar que, aunque la amenaza sobre Monfragüe sólo se asocie a los eucaliptos, Suso dirá después que “la mayor tragedia fue la construcción de los embalses”, que habían envuelto las noches de Monfragüe en “un silencio sepulcral”.
Ahora que tanto se invoca la diversidad, después de que algunos de nosotros llevemos décadas defendiendo la biodiversidad, seré otra vez políticamente incorrecto y reduciré a sólo dos tipos las vidas de las personas: las que se parecen a los embalses y las que se parecen a los ríos. Las vidas de las personas que se parecen a los embalses son construidas por otros, en su superficie parecen felizmente tranquilas, pero en lo profundo reina la oscuridad y el silencio. Sus orillas son batidas por un mortecino vaivén que las descarna. Por el contrario, las aguas del río se acompañan de sombra verde y trinos de mil colores. La corriente misma es una sinfonía interminable. El empuje del agua se abre camino a través del mundo y en el lecho de ese río se van moldeando los cantos rodados con la fuerza que los acaricia. Muchos de nosotros somos esos cantos rodados, y no es necesario decir que el río se llama Suso.
Pero sigamos acompañando al capitán Boyton aguas abajo, que ya está a 80 kilómetros de aquí. Avanza de noche, mirando el cielo mientras flota en las invernales aguas de enero. Y de pronto se ve sobrecogido ante la mole del puente romano de Alcántara, que se recorta a la luz de la luna.
Y por ese puente y tantos otros, hemos visto a Suso, mucho tiempo después, cruzar al frente de los rebaños trashumantes.
Porque Suso comprendió muy pronto la importancia del puente, la conexión inseparable entre el hombre y la naturaleza (el hombre y la tierra de Félix). Suso sabía, por ejemplo, que Monfragüe no era sólo estas aguas retenidas y mudas, estos murallones que parecen defender una joya. No, la joya está más allá, precisamente en la defensa, en la dehesa, en esa extensión de miles y miles de encinas que todos hemos atravesado para llegar hasta aquí, hayamos venido por un camino u otro. Y ese es un paisaje modelado por el hombre.
Suso comprendió que para conservar aquellas emblemáticas especies cuyos rastros le trajeron hasta aquí, era imprescindible mantener también la cultura tradicional, la que se perdía a pasos agigantados al cierre del siglo XX. Y en ese sentido, la reciente declaración de la trashumancia en España como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad ha sido fruto del trabajo incansable de Suso durante más de tres décadas.
Y es que Suso nos ha mostrado que naturaleza y cultura son una misma cosa, un único puente por el que nuestras vidas cruzan de una orilla a la otra.
Del viaje de su vida citaré, para terminar, un pasaje de uno de sus libros de juventud, cuyo título “De la sierra al llano” curiosamente barruntaba su futuro pastoril. Escribe Suso que, en sus andanzas por la Alta Extremadura, al llegar a Riomalo de Abajo, en las Hurdes, ve pasear a unas “entrelazadas mozas risueñas que miran con curiosidad al forastero, con interés que resulta halagador en estos tiempos en que vivimos, de masificación y despreocupación por los demás”.
Tal vez hoy esas mozas, absortas en sus móviles, pasarían sin mirarte, sin mirar el mundo, sin comprender el mundo, sin entender el puente de la vida.
Pero nosotros, Suso, nosotros siempre te miraremos, siempre te admiraremos, siempre te querremos.
Gracias, Suso, y gracias a todos.
José Antonio Palomo