El agua
canta. Comienza el preludio una tarde de agosto, cuando el ocre amortaja el
profundo y extenso horizonte. No hay nada que se mueva, pero el aire se
condensa hasta crecer en murallones y acantilados de blandas formas. De pronto,
llega hasta aquí el trueno, como una gigantesca roca desprendida desde cimas
invisibles, envueltas en espesas nubes, y cae rodando, aproximándose y
extendiéndose, desempolvando con su eco los campos amarillos. Y entre golpe y
golpe, el aviso de la lluvia lejana que, aun antes de que llegue, ya ha
humedecido las ásperas rastrojeras. Y es ahora cuando verdaderamente comienza
la música. Pero ya no suena… ¡huele! El campo entero es aroma, un cálido pero
refrescante aroma que se diluye y nos envuelve, la respiración de un mundo que
recupera el pulso y nos emociona con la vida que regresa. ¡No te fuiste para
siempre!
Y después, el verde, el pasajero que
nunca se acaba de ir, el que siempre regresa, el viajero que desciende de la
lluvia, pero que a la vez asciende desde los esponjosos suelos.
Imperceptiblemente, la suave melodía del otoño va diluyendo los ocres mientras
renacen los cantarines arroyos y las silentes charcas.
Cambiante, aún otra melodía, el agua
de nuevo en el aire, ahora blanca y difusa, envolviendo encinas y vacas en un
paisaje inmóvil. Escuchamos entonces, en la mística mañana, el sonido de
gargantas como herrumbrosos goznes que se acercan y abren las puertas de la
niebla. Las grullas traen en sus alas las olas grises de los mares del norte y
con su trompeteo siembran rocío en los surcos y escarcha en las orillas.
Pero el agua fluye, y musita, y
germina. Al calor del sol, que se refleja en mil destellos, florecen las nieves
de la acuática primavera. Los ranúnculos alfombran los remansos del arroyo, que
se llena de peces como vertiginosas pinceladas de luz de luna. Y cuando ésta
llega, asomando entre los juncos, alumbra las voces del coro de ranas que
cantan, en perfecto diálogo, respondiendo a eternas preguntas, derramándose envuelto
en el borboteo del agua que viene y se va. Canciones, caminos, viajes… eterno
deambular bajo el cielo nocturno. ¡Quédate conmigo! Escucha, respira, descansa
junto a mí. Todos estos infinitos sonidos en mitad de la noche envuelven los
latidos en un solo corazón.
Escucha la canción del agua. Pronto volverá a
ascender, muda, evaporada, como un aleteo invisible, otra vez en el cielo, otra
vez, y siempre.