(1) Agua

 

El agua canta. Comienza el preludio una tarde de agosto, cuando el ocre amortaja el profundo y extenso horizonte. No hay nada que se mueva, pero el aire se condensa hasta crecer en murallones y acantilados de blandas formas. De pronto, llega hasta aquí el trueno, como una gigantesca roca desprendida desde cimas invisibles, envueltas en espesas nubes, y cae rodando, aproximándose y extendiéndose, desempolvando con su eco los campos amarillos. Y entre golpe y golpe, el aviso de la lluvia lejana que, aun antes de que llegue, ya ha humedecido las ásperas rastrojeras. Y es ahora cuando verdaderamente comienza la música. Pero ya no suena… ¡huele! El campo entero es aroma, un cálido pero refrescante aroma que se diluye y nos envuelve, la respiración de un mundo que recupera el pulso y nos emociona con la vida que regresa. ¡No te fuiste para siempre!

            Y después, el verde, el pasajero que nunca se acaba de ir, el que siempre regresa, el viajero que desciende de la lluvia, pero que a la vez asciende desde los esponjosos suelos. Imperceptiblemente, la suave melodía del otoño va diluyendo los ocres mientras renacen los cantarines arroyos y las silentes charcas.

            Cambiante, aún otra melodía, el agua de nuevo en el aire, ahora blanca y difusa, envolviendo encinas y vacas en un paisaje inmóvil. Escuchamos entonces, en la mística mañana, el sonido de gargantas como herrumbrosos goznes que se acercan y abren las puertas de la niebla. Las grullas traen en sus alas las olas grises de los mares del norte y con su trompeteo siembran rocío en los surcos y escarcha en las orillas.

            Pero el agua fluye, y musita, y germina. Al calor del sol, que se refleja en mil destellos, florecen las nieves de la acuática primavera. Los ranúnculos alfombran los remansos del arroyo, que se llena de peces como vertiginosas pinceladas de luz de luna. Y cuando ésta llega, asomando entre los juncos, alumbra las voces del coro de ranas que cantan, en perfecto diálogo, respondiendo a eternas preguntas, derramándose envuelto en el borboteo del agua que viene y se va. Canciones, caminos, viajes… eterno deambular bajo el cielo nocturno. ¡Quédate conmigo! Escucha, respira, descansa junto a mí. Todos estos infinitos sonidos en mitad de la noche envuelven los latidos en un solo corazón.

Escucha la canción del agua. Pronto volverá a ascender, muda, evaporada, como un aleteo invisible, otra vez en el cielo, otra vez, y siempre.