(2) Cielo

 

Está ahí. No es necesario ir, ni abrir, ni salir. Solo debes detenerte, parar un momento y mirar. Es verdad, nosotros que caminamos a dos patas corremos el riesgo de tropezar, tal vez por eso no perdemos de vista el suelo. Pero si no tienes prisa, párate un momento y siéntate en esa piedra o túmbate en la hierba. Porque el camino es hermoso si sabes ver lo que te rodea, lo que te acompaña. Y el camino no es solo lo que pisan tus pies.

            El cielo es un mar cambiante, lleno de vidas. En la superficie del fondo, entre el coral de las flores de primavera, aletean parsimoniosas mariposas y zumban en acelerado vuelo los abejorros. En la espesura de ramas y matorrales se sumergen cientos de pajarillos, apareciendo y desapareciendo veloces y cantarines. Junto al camino, en la orilla del oleaje de los trigales verdes, alguna cometa. Un aleteo minúsculo se desprende, cae, casi transparente en el azul, como un pez volador, y se detiene. Sostenido por el aire, el cernícalo vibra inmóvil. Y después otro avance rectilíneo hasta volver a parar y lanzarse en picado al fondo.

            En la mañana clara el denso azul transporta nubes repetidas, blancas y ligeras como un banco de medusas unidas por invisibles lazos. Y en un hilo también, se aproximan diminutas partículas deslizándose por los toboganes del cielo. El vuelo de los buitres dibuja las corrientes del aire que asciende. Después, el racimo se abre y se dispersa, sin aleteo, sin esfuerzo, dejándose llevar con sus alas extendidas.

            Déjate llevar tú también como un náufrago por este océano de vuelos. Señala en el mapa de arena el norte por el que llegan los bandos en el otoño, y el sur que trae los trinos en primavera. Síguelos, busca el vuelo solitario del águila, desprendido del cantil o de la atalaya, frágil velero que se acerca y no llega jamás. Escucha el ajetreo del viaje, marcado por los cantos de cientos de aves en formación, alanceando la tarde que cae. Todos esos aleteos, profundos, rápidos, cadenciosos, breves, estáticos, ligeros... ¿Has pensado alguna vez cómo sería el mundo sin todas esas alas, sin todas esas almas? Como un cielo nocturno hueco de estrellas, sin la esperanza agujereando el negro velo.

            Náufrago, en el paseo por la orilla, una pequeña pluma de vivos colores junto al agua, como un recuerdo que se olvidó. ¿Quién fue? ¿Cuándo lo perdí? No importa, solo me queda este triste suspiro, pero el vuelo sigue. Sé que sigue en unas alas llenas de vida, zarandeadas por el viento tal vez. No dejes que se detengan.